Ministerio Cantar de los Cantares





Un Extraño Reto

Las puertas del gran auditorio municipal en la ciudad de Portland, Oregon, fueron abiertas temprano aquella tarde en Noviembre del año 1947. Para las seis de la tarde, ya muchas personas llevaban bastante tiempo de pie en la línea, esperando la oportunidad de entrar y asegurar un buen puesto. Cuando el conserje, en el momento designado, hizo su recorrido para abrir las puertas, quedó algo desconcertado alencontrar semejante multitud esperándole. Era un poco extraño,
observó él, pues no se había hecho ninguna propaganda extraordinaria, y los servicios religiosos, aun con extensa publicidad, a lo mejor de su memoria, rara vez atraían suficiente gente como para llenar una porción del auditorio.
El conserje también pudo notar que la gente no seguía la costumbre tan común en los servicios de las iglesias, de llenar el centro y las hileras de atrás primero, sino que más bien se apresuraron hasta adelante para tomar los asientos más cercanos al frente. Pero rápidamente éstos fueron ocupados, y también los de atrás y hasta los balcones fueron ocupados. De nuevo el conserje tenía razón para tomar nota, pues los bomberos asignados a la rutina diaria de cerciorarse que las ordenanzas de la ciudad se obedecieran, tratándose de la seguridad del público, le enviaron a decir que el edificio estaba con el cupo y que inmediatamente él debía cerrar las puertas y ver que nadie más entrara. Quizás existía más de una característica inusual con esta reunión.
Ministros de entre los rangos de muchas denominaciones ocupaban una gran sección de asientos en la plataforma. Si todos los que estaban en el auditorio fueren contados, sin duda que hubiera estado por los cientos. Que ministros locales y ajenos a la localidad se hayan reunido en un servicio de avivamiento era un suceso extraño en la ciudad, y sin duda que nunca antes había sido presenciado en semejante escala. ¿Cuál era la atracción que había promovido a congregarse esta gran concurrencia de personas? No eran los cantos ni la música especial. Aunque ambos eran excelentes e inspirantes, no obstante fue evidente que la gente esperaba con impaciencia restringida hasta que se concluyeran los preliminares en anticipación a lo que habría de seguir.
El motivo de esta gran reunión puede decirse en pocas palabras. Se había comentado por toda la ciudad que un hombre por el nombre de William Branham venía para la ciudad y hablaría en el Auditorio Municipal. Acerca de este hombre, se decía que un Angel le había aparecido en una visitación especial, y dones de sanidad se estaban manifestando en su ministerio. Pues, ya que lo crean o no, pese a la moda de pensamiento materialista que ha abarcado totalmente el razonamiento intelectual y las escuelas de aprendizaje de nuestro día, es evidente que muy profundamente en el corazón del ser humano, existe y siempre existirá un anhelo por la manifestación del poder de lo sobrenatural.
El hombre vive una vida frágil y fugaz, en un mundo marcado por todas partes con decadencia, desintegración y muerte. Teología modernista y materialista,que no tiene nada para ofrecer al hombre al momento después de su muerte, no pueden satisfacer el anhelo esencial en el alma humana de sobrevivir. En un mundo confuso por las miles de voces en conflicto, cada una reclamando autoridad y deseando reconocimiento, no es anormal que el hombre anhele por alguna manifestación visible del poder de Dios para confirmar y atestiguar la autenticidad del mensaje de aquellos que hablan. Jesús no negó esta necesidad fundamental y deseo del alma humana, pues El declaró: ... "Yo soy el Hijo de Dios. Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mi, creed las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en El". (San Juan 10:36-38.)
Los servicios de las primeras dos noches despertaron un gran interés; y ahora en la tercera noche el edificio estaba lleno de personas esperando que el orador apareciera. El escritor, el cual dirigía esta breve campaña, en preparación para entregarle el servicio al evangelista, le pidió a la gente ponerse de pie y cantar el coro: "Sólo creed, sólo creed, todo esposible, sólo creed". A medida que la gran congregación cantaba, un hombre bajito en estatura, de modesta conducta y con una sonrisa amigable entró, luego vino y se paró detrás del púlpito. Los cantos cesaron, y un silencio posó sobre la audiencia mientras escuchaban intensamente cuando él comenzó a hablar. A medida que él procedía, fue aparente que los oyentes fueron impresionados por la gracia del orador como también por su evidente sinceridad y humildad.
El evangelista, escogiendo el pensamiento acerca de la fe, inspirado por el coro, que se había cantado, comenzó con el tema de su mensaje. "Sí", dijo él, "todo es posible para el que cree. No existe nada que pueda permanecer ante la fe en Dios, y si las personas aquí esta noche le creen a Dios juntamente conmigo, veremos que Dios honrará esa fe y la confirmará ante los ojos de toda esta congregación". Mientras la audiencia escuchaba con embelesada atención la pequeña figura sobre la plataforma, quizá sólo uno anticipaba el sorprendente drama que estaba a punto de desarrollarse. Por cierto el director no tenía tal intuición, y la interrupción a punto de ocurrir no podría haber sido más inoportuna. Puesto que repentinamente nuestra atención fue dirigida a un hombre bien atrás en el edificio, que daba pasos apresurados, aparentemente en dirección a la plataforma. Primero pensamos que alguna emergencia había surgido; quizás alguien se había desmayado o se había enfermado gravemente allí en el auditorio. Pero al acercarse, observamos sin lugar a duda alguna, que su semblante portaba un gesto de una sonrisa demoníaca, como para sugerir que el hombre estaba loco, o violentamente demente, y aparentemente se había soltado de aquellos que lo tenían bajo su cuidado. Más tarde aprenderíamos lo que verdaderamente hubiese sido más perturbador de haberlo sabido en ese momento, que el hombre no estaba loco, siendo el caso que él no sabía lo que hacía, sino que más bien era un personaje notoriamente agresivo que previamente había tenido conflictos con la autoridad por perturbar y desmantelar servicios religiosos. Sentencias en la cárcel no le habían enseñado la lección, y ahora viendo esta como su oportunidad para causar una gran conmoción y de nuevo desmantelar un servicio, con ese propósito venía hacia adelante.
Por los escalones subió sin pausar. El ahora se encontraba sobre la plataforma, asumiendo una actitud amenazadora que para este momento atraía la atención de toda la congregación. Dos policías corpulentos, uno a cada lado de la plataforma, enterándose de la distracción, estaban a punto de pasar y echar mano del siniestro, pero vimos que esto resultaría en un forcejeo y la emoción creada muy bien pudiera arruinar el servicio. Es más, el evangelista se había puesto él mismo en la línea de fuego al decir que todo era posible para el que cree, y que Dios siempre respaldaría Sus siervos que pusieran la confianza en El.
Ciertamente la reunión había alcanzado tan alto estado de expectativa, que confiar en los oficiales de la ley, aunque de pronto era completamente justificado para esa situación presente, parecía no ser el orden Divino. Nosotros no sabíamos qué más hacer sino hacer gesto a los oficiales que se quedaran quietos, y llamar la atención al evangelista de lo que estaba aconteciendo. Pero él mismo ya estaba consciente que algo andaba mal. Hablando tranquilamente a la audiencia y pidiendo que en silencio la gente se uniera a él en oración, él se dio la vuelta para hacerle frente al extraño reto de este antagonista maligno. Al hacerlo, el hombre con la sonrisa maligna en el semblante, la cual lo hacía a uno recordar la horrible sonrisa que los paganos le tallan a los rostros de sus ídolos, comenzó atrevidamente a acusar y a maldecir al orador. "Ud. es del diablo y está engañando a la gente", gritó él, "¡un impostor,una serpiente en la grama, un falso, y yo le vaya mostrar a esta gente que así es Ud."! Era un reto audaz y todos entre la audiencia podían ver que no era una amenaza vacía. A medida que el intruso continuaba vituperando al evangelista, silbando como serpiente e escupiendo, él hizo un gesto como para llevara cabo sus amenazas. Para la audiencia parecía ser un mal momento para la figura bajita sobre la plataforma, y la mayoría de ellos deben haber sentido lástima por él. Los oficiales intentaron acercarse nuevamente para acudir a su ayuda pero se les gestionó regresar, y ahora al rechazar su ayuda el orador había aceptado deliberadamente el reto de este antagonista maligno, cuyo tamaño y ferocidad habían convencido a la audiencia que era muy capaz de llevar a cabo sus jactancias. Sin duda, los críticos que habían entrado al auditorio de pura curiosidad, esperaban una conclusión rápiday lamentable para este inesperado drama que ahora estaba alcanzando su clímax. Realmente podían ver que no había espacio para montajes. El hombre en la plataforma tendría que obtener lo que reclamaba o si no habría que sujetarse a las consecuencias. En el momento de suspenso que siguió, uno no podía evitar pensar de la historia del reto de la antigüedad, cuando el audaz Goliat maldijo al pequeño David en el nombre de sus dioses, y se jactó en que le desprendería extremidad por extremidad. La congregación alarmada, como lo deben haber estado las huestes de Israel en aquel entonces, observó la escena con sorpresa y asombro, difícilmente sabiendo qué cosa esperar, pero temiendo lo peor. Todos los ministros en la plataforma estudiaron la situación con mucha preocupación, sabiendo que si Dios no hacía algo muy fuera de lo común y respaldara al orador en una manera sobrenatural, el intruso maligno, el cual había desmantelado servicios religiosos en el pasado, ahora lo haría nuevamente. Algunos se perturbaron bastante porque a los policías no se les había permitido tomar las riendas en la situación y creyeron que este error en juicio daría paso a que este hombre endemoniado no solamente arruinara la reunión y de esa manera traerle reproche a la causa de Cristo, sino que podría de pronto resultar lastimado físicamente el orador. No obstante, los segundos pasaban sin que el anticipado clímax aconteciera. De repente parecía que algo impedía que el retador llevara a cabo sus designios malignos. Por alguna razón él no estaba procediendo con la ejecución de su alarde de violencia física, sino que más bien se contentaba en renegar y escupir y vocear las más terribles amenazas. Suave pero con determinación, la voz del evangelista ahora se podía escuchar reprendiendo el poder maligno que dominaba al hombre. Sus palabras, tan suavemente habladas que sólo se podían oír acorta distancia, decían: "Satán, por cuanto has retado al siervo de Dios delante de esta gran congregación, tienes ahora que postrarte ante mí. En el Nombre de Jesucristo, caerás a mis pies". Las palabras fueron repetidas varias veces. El retador cesó de hablar, y fue evidente ahora que era él quien laboraba bajo presión. Tan fuerte como era él y las fuerzas malignas que le controlaban, fortalecidos por todo espíritu maligno en el edificio, aparentemente y gradualmente se rendían a otro Poder que era mayor que ellos, ¡un Poder que respondía al susurrar del Nombre de Jesús! Pronto fue evidente que el hombre estaba consciente que estaba siendo vencido, pero nada que él pudiera hacer podía aparentemente darle giro a la situación. Una intensa batalla de fuerzas espirituales ahora exigía toda la fuerza que había en él. Gotas de sudor salían de su rostro a medida que él hacía el último esfuerzo para prevalecer; pero fue todo sin éxito. De repente él, que hacía unos minutos antes tan insolentemente había desafiado al hombre de Dios con sus desafiantes amenazas y acusaciones, soltó un horrible alarido y se desplomó al piso, llorando de una manera histérica. Por buen rato permaneció allí revolcándose en el polvo, mientras el evangelista calmadamente procedió con el servicio como si nada hubiere pasado. Sin necesidad de mencionar, la gran congregación quedó en asombro por la escena que había ocurrido ante ellos, en la cual Dios tan distinguidamente vindicó a Su siervo, y en alto las alabanzas para Dios llenaron el espacioso auditorio. También los policías, inquietados por lo que habían presenciado, reconocieron abiertamente que Dios estaba en sus medios. Basta en decir que en el servicio que siguió, una oleada gloriosa fue manifiesta, la cual nunca será olvidada por aquellos que estuvieron presentes. Acontecieron muchos milagros de sanidad esa noche a medida que se le ministró a una multitud de personas en la línea de oración.Pero ¿quién era este hombre cito que habló con tales palabras de autoridad y cuyo ministerio había sido confirmado por tan notable demostración de poder Divino? Su nombre era William Branham, de Jeffersonville, Indiana, y su ministerio tendría ecos más y más amplios al grado que para cuando salga éste escrito, el efecto habrá alcanzado por todo el mundo. Muchos en la ciudad de Portland glorificaron a Dios esa noche, pues sabían que de nuevo El había visitado a Su pueblo. Muchos ministros también se dieron cuenta que Dios se había mostrado entre ellos con poder especial. Ellos creyeron que habían presenciado era una señal de cosas mayores que Dios estaba a punto de hacer para Su pueblo. Para algunos, verdaderamente, sus ministerios fueron revolucionados. Entre estos se contaba un predicador joven cuya esposa había presenciado el audaz reto del hombre endemoniado. Ella persuadió a su esposo que asistiera en la última noche. Mientras estaba allí sentado y presenció el abrir los oídos de un niño sordomudo, al grado que pudo oír y repetir las palabras, Dios le habló y dijo: "Esta es la obra para la cual también te he llamado". Al día siguiente él entregó las responsabilidades de su iglesia a ciertos miembros de su congregación y se encerró en su habitación, determinando permanecer allí hasta tener la certeza que la voluntad de Dios le había sido revelada. De un tiempo de sincero escudriñamiento del alma nació un ministerio que resultaríaen la salvación de miles de almas y que sería acompañado por una multitud de señales, maravillas y milagros. Este hombre joven fué el Evangelista T. L. Osborn. Aunque parezca extraño, concluyendo la campaña, oímos de algunos que dudaron. ¿Por qué habría de escoger Dios a un hombre de tan modesta trayectoria, que poseía un conocimiento tan limitado en la sabiduría de este mundo? Ni tampoco podían comprender el principio mencionado por Pablo en Primera de Corintios 1:26-29, donde dijo: "Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es. A fin de que nadie se jacte en Su presencia".Pero, la mayoría creyó y se regocijó. Aunque era físicamente imposible para el evangelista ministrar, aparte de en una manera muy breve para los miles de cuerpos enfermos buscando sanidad,no obstante fue muy notable el número de testimonios maravillosos que resultaron de esa reunión. Y si aquellos que permitieron que la duda entrara a sus mentes no se beneficiaron de la reunión al grado que otros, los muchos que sí creyeron, hasta el día de hoy señalan a esa breve campaña en la ciudad de Portland como una hora de visitación para nunca olvidar. Pero quizás es el momento para nosotros indagar más acerca de quién es este hombre, William Branham. ¿De dónde se origina? ¿Cómo fue la manera de su visitación especial de parte de Dios y su comisión para sanar a los enfermos? Enfocaremos la atención del lector en las respuestas de estas preguntas.