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Nacimiento y Niñez

    Era el amanecer de una hermosa mañana en abril del año 1909 en las colinas del estado de Kentucky, no muy lejos del lugar donde Abraham Lincoln había nacido casi cien años antes. En una humilde cabaña la luz entraba por la ventana,iluminando una pequeña cama rústica, cuando se oyó la voz de un bebé. Dos manitas de un bebé de cinco libras rozaban la mejilla de su madre de quince años. 

   Parado cerca de la cama estaba el padre joven, Charles Branham, con sus brazos cruzados por dentro de su nuevo pantalón pechero, un poco mejor vestido (para la gente de montaña) en esta ocasión especial. A medida que el día amanecía, los pájaros habían comenzado ya con sus cantos, y le parecía al padre que la estrella de la mañana daba una luz más brillante. El pequeño nuevamente lloró a medida que su manita rozaba sobre el rostro de su madre. "Le pondremos el nombre de William", dijo el padre, mirando alegremente a su hijo recién nacido. "Eso estará muy bien", dijo la madre, "porque entonces irá por el nombre de Billy". Poco sabía la madre que las manitas de este pequeño bebé, que tocaban sus mejillas serían usadas por el todopoderoso Dios para liberar a Su pueblo de enfermedad y esclavitud. Nadie en esa región del país hubiera pensado que este humilde bebé montañés llevaría el mensaje del Evangelio por todo el mundo. De toda la gente de esa región, la familia Branham era la más pobre entre los pobres. No obstante, ¡Dios hace cosas grandes e incomprensibles! ¿Cómo lo hubieran creído estas personas, de haberles dicho alguien que Dios, por medio de esas manos, algún día causaría huir a demonios, a ciegos ver, a sordos oír, cáncer desaparecer, y a miles y miles caer postrados en altares con llanto de arrepentimiento? Ni tampoco hubieren creído que aviones cruzarían el continente a alta velocidad trayéndole los enfermos; o que trenes y buses cargados de enfermos serían traídos a él para liberación. Que vendrían del oriente y del occidente, del norte y del sur, para oírlo contar la historia de Jesucristo, el Salvador en su manera sencilla y humilde. A medida que los vecinos se reunían para ver el recién nacido, parecía haber, o así es contado, un extraño sentir de asombro en la habitación. ¿Quién puede decir que no era la presencia del Angel, el cual, bajo dirección de Dios, ha guiado a William Branham en muchos de los eventos de su vida, y que más adelante le hablaría en persona?

     

Fue apenas dos semanas después que el padre y la madre llevaron su bebé hasta el arroyo, un lugar llamado la Estrella Solitaria, una pequeña iglesia bautista a lo antiguo, fabricada de troncos y techo de tablillas de madera, con piso de tierra y asientos de tabla colocadas sobre troncos de madera. ¡Era la primera visita del pequeño William Branham a una iglesia!

Hijo y Madre Escapan de la Muerte

Siendo que el padre era un leñador, le era necesario estar lejos del hogar una gran parte del tiempo, especialmente en los meses de otoño e invierno cuando el clima era malo para viajar. Durante estos tiempos madre e hijo se quedaban solos. Fue en una de estas ocasiones que las circunstancias conspiraron para por poco quitarle la vida a madre e hijo. Sucede que para este tiempo cuando el bebé ya tenía cerca de los seis meses de edad, y el padre estaba fuera del hogar, llegó una terrible tormenta, y la región quedó atrapada por completo en la nieve por varios días. Había poco de comer en la cabaña y muy pronto a la madre se le acabó tanto la leña como la comida. Ella se envolvió los pies en costales, salió al bosque, y cortó pequeñas ramas, arrastrándolas a la cabaña, procurando mantener vivo el fuego. Por fin se le agotaron las fuerzas y tuvo que rendirse. Sin comida ni lumbre, la madre tomó las envolturas de la cama, se envolvió ella misma con el bebé en la cama, y esperó el fin. Fue entonces que Dios envió Su Angel protector y salvó sus vidas. Un vecino vivía a una distancia de ellos, aunque a vista de la cabaña Branham. Por alguna razón él tuvo un extraño sentir concerniente a las circunstancias en ese pequeño humilde hogar. Vez tras vez se hallaba mirando hacía allá, y cada vez inquietándose más, especialmente al no ver salir humo de la chimenea. Al haber pasado varios días, tanta fue la inquietud por dentro, de que algo marchaba mal, que determinó llevar a cabo una investigación, aunque significaba pasar con dificultad tremendos ventisqueros de nieve por una considerable distancia. Al llegar a la puerta, sus temores fueron confirmados, pues no había respuesta de los que estaban adentro, aunque afuera las huellas mostraban que nadie había salido de allí, y la puerta estaba asegurada desde adentro. El decidió forzar su entrada en la cabaña, y al hacerla, quedó espantado por la escena que encontró. Madre e hijo envueltos en las sabanas de la cama, próximos a la muerte a raíz del hambre y el frío. El vecino, de amable corazón, rápidamente consiguió leña e inició un ardiente fuego que pronto calentó la cabaña. Luego regresó a su propia casa para conseguirles la comida. Su obra de caridad fue llevada a cabo justo a tiempo. La madre y el niño revivieron y pronto estuvieron nuevamente camino a la salud. No transcurrió mucho cuando la familia se movió del estado de Kentucky para Indiana, donde el padre fue a trabajar para un granjero cerca de Utica, Indiana. Luego, un año más tarde se trasladaron nuevamente, bajando más en el valle, cerca de Jeffersonville, Indiana, una ciudad de tamaño moderado, la cual vendría a ser el pueblo de William Branham.

El Primer Mensaje de Dios

para el Muchacho

Varios años pasaron y el muchacho tenía aproximadamente siete años de edad, habiendo ingresado a una escuela de un sector rural a unas millas al norte de Jeffersonville. Fue entonces que Dios primero le habló al chico. Permitiremos que el Hermano Branham narre la historia de su peculiar visitación en sus propias palabras:

 

     Yo iba por mi camino una tarde para cargar agua a la casa desde el establo, el cual quedaba como a una cuadra de distancia. A mitad del camino entre la casa y el establo había un árbol viejo, un álamo. Acababa de llegar de la escuela y los demás muchachos iban a un estanque a pescar. Lloré para que me dejaran ir pero papá dijo que tenía que cargar el agua. Yo me detuve debajo del árbol para descansar cuando de repente escuché un sonido como el viento soplando las hojas. Yo sabía que no venteaba en ningún otro lugar. Parecía ser una tarde muy tranquila. Me retiré a unos pasos del árbol y noté que en cierto lugar como del tamaño de un barril, el viento parecía estar soplando entre las hojas del árbol. Entonces de allí vino una voz diciendo: "Nunca bebas, fumes, ni deshonres tu cuerpo en ninguna manera, porque yo tengo una obra para ti cuando tengas mayor edad ". Eso me atemorizó tanto que corrí a casa, pero en ese tiempo nunca le comenté a nadie al respecto. Llorando y corriendo hacia la casa, caí en los brazos de mi madre, la cual pensó que yo había sido picado por una víbora. Yo le dije que solamente estaba asustado, así que ella me acostó en la cama e iba a llamar al médico, creyendo que yo sufría una crisis nerviosa. Nunca más volví a pasar junto a ese árbol. Yo me desviaba por el otro lado del jardín para evitarlo. Creo que el Angel de Dios estaba en ese árbol, y años más tarde yo le conocería cara a cara y hablaría con él.

     A raíz de la manera extraña en que Dios lidiaba conmigo, nunca pude fumar o beber. Un día iba al río con mi papá y otro hombre. Ellos me ofrecieron un trago de whisky, y siendo que quería hallar el favor de este hombre para que él me prestara su lancha, comencé a beberme el trago. Pero tan cierto como les hablo hoy, yo oí ese sonido como de hojas siendo sopladas. Mirando alrededor, y no viendo señal alguna de viento soplando, de nuevo me puse la botella a los labios, cuando escuché el mismo sonido, pero más fuerte. El temor se apoderó de mí así como antes. Yo dejé caer la botella y salí corriendo, mientras mi propio padre me llamaba un "afeminado". ¡Oh, cuánto me dolió eso! Mucho después fui llamado un "afeminado" por mi amiga en la juventud, al decirle que yo no fumaba. Enojado por su burla, tomé el cigarrillo y lo iba a fumar de todas maneras, cuando fui encorralado por ese sonido familiar, causándome arrojar el cigarrillo y abandonar la escena llorando por no poder ser como las demás personas, mientras las burlas del grupo sonaban en mis oídos. Siempre existía ese sentir tan peculiar, como si alguien estuviera parado cerca de mí, procurando decirme algo, y especialmente cuando me encontraba sólo. Nadie en lo absoluto parecía comprenderme. Los muchachos con los que me asociaba no querían tener nada que ver conmigo, a raíz de que yo no fumaba ni bebía, y todas las muchachas iban a los bailes, de los cuales yo tampoco participaba; pues parecía que durante toda mi vida yo era una oveja negra sin encontrar a nadie que me comprendiera, y sin siquiera comprenderme yo mismo.

Sufrimientos y Pobreza en el Hogar Branham

     A menudo ha parecido estar dentro de la sabiduría de Dios, que Sus vasos escogidos hayan sido ordenados a vivir sus vidas tempranas en circunstancias de sufrimiento, y en algunos casos pobreza extrema. Algunas veces se les ha permitido probar profundamente de la copa de la tristeza. Nadie sabe como sentir por otro en tribulación o aflicción a no ser que él mismo haya pasado por pruebas similares. Rara vez ha sido el caso que aquellos que han recibido un llamamiento extraordinario de Dios han sido criados en hogares de ricos, o han venido de familias aristocráticas. El Salvador mismo tuvo un pesebre como cuna. El día octavo, tiempo para El ser circuncidado, la familia podía difícilmente costear tórtolas para el sacrificio, las cuales eran ofrecidas solamente si los padres eran demasiado pobres para comprar un cordero. (Levítico 12:8) Críticos durante el ministerio de Cristo cuestionaron la autoridad de Su precursor, Juan el Bautista, por aparecer en tan rudo atuendo, y su predicación era ruda, careciendo de lo pulido y del estilo de las escuelas eclesiásticas de aprendizaje en su día. Pero Jesús dijo de Juan que ninguno nacido de mujer era mayor que él. Y El les preguntó de una manera muy directa: "O ¿qué salísteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están". En otras palabras el Señor les estaba mostrando que ellos no debían buscar que profetas de la estatura de Juan surgieran de un medio ambiente donde habían sido mimados y resguardados de las presiones de la vida. Humildad y firmeza de carácter se desarrollan mejor entre la dura vida que resulta de los sufrimientos y la pobreza. Pero ahora debemos permitirle al Hermano Branham contar algo acerca de su hogar, sus días como niño, y la lucha de su padre contra la pobreza:

     Yo era algo así como un muchacho de papá-Cuando yo veía esos grandes músculos a medida que él se enrollaba la manga, yo decía: "i Oh qué cosa! Papá vivirá hasta los cien años". Mi padre tenía músculos grandes, por haber rodado troncos en el bosque. A mí me parecía que él jamás pudiera morir. Pero él apenas tenía cincuenta y dos años, sin canas y de cabello crespo cuando su preciosa cabeza estuvo sobre mis hombros y Dios se lo llevó a casa. Yo he visto a papá venir del trabajo del bosque, tan quemado por el sol que mamá tomaba tijeras y le cortaba la camisa de la espalda. El trabajaba duro por setenta y cinco centavos al día para darnos a nosotros el sustento. Yo amaba a mi padre, a pesar de que él bebía. Muchas veces él me dio mi reprensión, pero nunca recibí una a no ser que ya necesitaba de otra. El guardaba los Diez Mandamientos en la pared con una rama de nogal encima. Cuando me portaba mal, recibía mi educación allá donde se guardaba la leña. Sin embargo, yo amé a mi padre. Años más tarde él le entregó su corazón a Cristo y fue salvo apenas unas horas antes de él morir en mis brazos.

     Yo recuerdo como papá tenía que trabajar para pagar las cuentas. No hay desgracia en ser pobre, pero a veces es difícil. Recuerdo que yo no tenía la ropa adecuada para la escuela. Yo asistí todo un año sin siquiera una camisa que ponerme. Había una mujer rica que me regaló un abrigo con el emblema de marinero en un brazo. Yo me abotonaba hasta el cuello y hacía tanto calor. La maestra decía: "William". Yo respondía, "Sí señora". "Pues, ¿por qué no te quitas ese abrigo"? Pero no podía; yo no tenía camisa. Así que yo le mentí y dije: "Tengo frío". Ella me dijo: "Muy bien, siéntate allá junto al fuego". Y yo me sentaba allí mientras que el sudor me rodaba. Ella entonces dijo: "¿Aún no te has calentado"? Yo tenía que decir: "No señora". Pues, era muy difícil. Los dedos de mis pies salían de mis zapatos como las cabezas de las tortugas. Entonces un poco más adelante conseguí una camisa. Les contaré la clase de camisa que era. Era un vestido de niña que le pertenecía originalmente a mi prima, y tenía bastante bordado. Yo le corté la falda, y después me la puse, me hubieran visto el paso con el que caminé a la escuela. Entonces los niños comenzaron a burlarse de mí, y dije: "¿Por qué se burlan de mí"? Ellos dijeron: "Tienes puesto un vestido de niña". De nuevo yo tuve que decir otra mentira. Yo dije: "No es así; este es mi traje de indio". Pero ellos no me creyeron, y me fui llorando. Había un muchacho que vivía cerca de nosotros, el cual vendía esas pequeñas revistas el EXPLORADOR. Por hacer esto, a él le dieron como premio el uniforme de un Boy Scout. Vaya, cuánto me gustaba ese uniforme. Entonces era en tiempo de guerra y en aquellos días todos los que eran suficientemente grandes andaban en uniforme. Yo siempre quise ser un soldado. En ese tiempo yo era demasiado pequeño. Aun en esta última guerra no tuve la suficiente estatura para ir. Yo tengo cuatro hermanos que sí fueron. Pero, como sea, Dios me ha dado un uniforme -la armadura de Dios- para así poder salir a pelear contra la enfermedad y las aflicciones que tienen a la gente atada. Pero cuánto admiraba ese uniforme de Scout, con su sombrero y las polainas. Yo dije: "Lloyd, cuándo desgastes ese uniforme ¿me lo regalas"?' El dijo: "Seguro, te lo regalaré, Billy". Pero vaya, ese uniforme duró más que cualquier otra cosa que jamás había visto. Me parecía como que él nunca desgastaría esa cosa. Entonces ya no lo vi por un tiempo y fui a él y le dije: "Lloyd, ¿qué hiciste con el uniforme de Boy Scout"? El dijo: "Billy, buscaré por la casa para ver si puedo encontrarlo". Pero al buscarlo halló que su madre lo había cortado para remiendos en la ropa de su padre. El vino y me dijo: "No pude encontrar sino una polaina". Yo dije: "Tráeme eso". Así que me la llevé a casa y me la puse. Tenía una cuerda para apretarla, y me la apreté, y pensé que era un verdadero soldado. Yo quería llevarla a la escuela y no sabía exactamente cómo hacerla. Entonces pretendí que se me había lastimado una pierna y así me puse esa polaina como si me estuviera protegiendo la pierna lastimada. Pero ya en la escuela la maestra me envió a la pizarra. Procuré esconder la pierna que no tenía polaina, y los niños todos comenzaron a reírse de mí. Yo empecé a llorar y la maestra me envió a casa. Recuerdo cuando salíamos en la antigua carreta jalada a caballo, como dos veces por mes, a pagar la cuenta de los abarrotes. El bodeguero nos regalaba algunos palitos de golosina. Nosotros, todos sentados allí sobre cobijas, no quitábamos la mirada de esas golosinas cuando papá las traía, y cada ojito azul vigilaba cuidadosamente para asegurarse que la golosina fuera repartida exactamente igual, que cada uno recibiera la cantidad correcta. Yo podría salir esta misma tarde y comprarme toda una caja entera de chocolates, pero nunca sabría igual a como sabían esas golosinas. Esos eran verdaderos confites. A veces lamía un pedazo, luego lo envolvía en papel y lo guardaba en el bolsillo. Me esperaba como para el lunes y entonces le daba otra lamida por un rato. Mis hermanos para entonces ya se habían comido sus golosinas, y también querían lamer de mi golosina. A veces yo hacía negocio con ellos y los dejaba lamer un par de veces, si prometían ayudarme con las labores.

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